Chorradas

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He hablado muchas veces de temas relacionados con el mercado de los discos de vinilo (a propósito, toda la vida se habían llamado “discos” a secas, o como mucho elepés, nada de vinilos) y de cuestiones que lo rodean. Pero igual que hay personas que me hacen llegar enlaces con el penúltimo ejemplo de “periodismo de vanguardia” sobre el tema con el objeto de que los lea, no he podido evitar volver a ponerme a juntar letras al respecto, porque me parece que hay cosas que claman al cielo.

Siempre he tenido mucho pudor que me cohibe mucho para escribir sobre ciertos temas (o estilos musicales) que me pueden gustar, pero que considero que no domino. Al fin y al cabo me daría mucha vergüenza acabar recibiendo insultos de lectores más informados que yo, al igual que yo hacía de joven cuando leía ciertas reseñas de discos o de conciertos en el periódico regional: odiaba que gente sin conocimientos dijese chorradas o simplemente se cargase sin razón a artistas porque no eran su estilo. Y no digo que yo no haya caído en ello alguna vez, que seguro, pero procuro hacer el ridículo lo imprescindible.

Lo que ocurre hoy en día es que el nivel cultural es el que es, y muchos periodistas, obligados a tratar todo tipo de temas para los que claramente no tienen preparación desde medios con mayor predicamento que pequeñas webs o programas de radio especializados, se dedican a escribir auténticas majaderías como la que me pasaron este último fin de semana. Y no es por aquello de “se dice el pecado, pero no el pecador”, de verdad, simplemente no recuerdo dónde estaba publicado este artículo del que hablo y soy demasiado vago como para ponerme ahora a buscarlo (no os voy a engañar, tengo ganas de terminar de escribir, que llevo como catorce horas despierto y me apetece tumbarme en el sofá), así que no os voy a poner ningún link y tendréis que hacer un acto de fe.

Entre estadísticas que se repiten una y otra vez en este tipo de artículos, entrevistas con coleccionistas de la generación ¿Z? (no sé ni a cuál pertenezco yo como para saber las demás…) y datos “impactantes” como ese que hemos leído también a estas alturas la hostia de veces y que dice que el 50% de los compradores de discos no posee un plato para reproducirlos, venía a decir el autor que los compradores se dividen entre esos jóvenes que lo que buscan es poseer algo físico de sus artistas favoritos (aunque no puedan reproducirlo) y gente de mediana edad que son “nostálgicos” del formato. Vamos, que aquello que nos contaron de que durante el confinamiento mucha gente no tenía otra cosa que hacer y desempolvó los discos que tenía por ahí en un altillo, ha calado tanto que parece que todos los que hemos colaborado para mantener el formato vivo durante todos estos años ni siquiera existimos; o bien nuestro perfil no resulta interesante para vender ninguna historia.

Y no es que todo me parezca indignante, que me lo parece, sino que voy más allá: creo que el hecho dar pábulo a este tipo de coleccionistas que parecen más interesados en únicamente poseer un objeto que en extraer de él horas de disfrute, que no olvidemos que es para lo que están diseñados, aparte de desvirtuar lo que es la música en sí, es en buena parte culpable de esta carrera hacia el infinito de los precios, tanto de novedades como de los discos de segunda mano. Y es probable que ya lo haya contado antes, pero no puedo evitar acordarme de aquel tipo de veintitantos que tenía al lado en una tienda de discos de segunda mano diciendo “¡Qué barato!” a propósito de un disco que tenía un precio desorbitado. Ahí me convencí de que lo teníamos jodido…

Pero volviendo al artículo que ha motivado que escriba esto, estoy seguro de que, a diferencia de las cosas que escribo yo, seguramente aquel se ha hecho viral y que incluso personas con criterio lo habrán compartido con sus amigos o incluso en sus perfiles en las redes sociales, pero este es otro síntoma de lo mal que está todo hoy en día y de lo poco que la gente apoya a esa escena -de la que creo que formamos parte- que en muchos casos dice apoyar con vehemencia y orgullo. Así nos luce el pelo.

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