Somos los mejores

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Hace casi veinte años alguien tuvo en este país la gran idea de lanzar un doble cedé recopilatorio a precio asequible titulado “La ruta del americana”. El disco recogía cerca de cuarenta canciones que se movían por los terrenos del llamado alt country y con él se pretendía acercar los sonidos norteamericanos de raíces que comenzaban a hacerse un hueco entre las preferencias de los melómanos rockeros. Al fin y al cabo hablamos de música que está inserta en el ADN del rock and roll. Supongo que el disco cumplió su función -aunque imagino que habrá otros factores que sumar y que no se le puede adjudicar todo el crédito a un recopilatorio del que, por otra parte, desconozco el alcance numérico de su tirada o de sus ventas-, porque hoy en día es habitual que grupos y solistas estadounidenses que podríamos encuadrar en esos géneros se puedan permitir a lo largo del año en giras de varias fechas. Y no digo que no hubiera antes aficionados que disfrutaran de este tipo de bandas, pero su impacto en nuestro mercado era sin duda entonces mucho menor. Dos décadas después, y esto es un hecho, hay hasta festivales especializados.

Unos pocos años después, con Rock and Roll Army ya en funcionamiento, me ofrecieron la posibilidad de colaborar en un programa semanal de una radio local. Por aquel entonces tenía más energía y además pensaba que realmente tenía algo que aportar, así que básicamente decía a todo que sí porque, en mi infinita inocencia, creía además que estaba haciendo una labor muy importante manteniendo viva la llama del rock and roll. Mi militancia era también a prueba de bombas, así que no solo dije que sí, sino que me uní con entusiasmo -aunque esto supongo que dependerá de a quién le preguntes, porque el sujeto que dirigía el programa creo que no tendrá la misma opinión-, sin importarme tener que ir a la sede de la radio en la noche de los jueves después de toda la semana trabajando por las mañanas en el oficio que me da de comer y ocupándome por las tardes de Rock and Roll Army. Vivía por y para el rock; respiraba música desde que me levantaba hasta que me acostaba y mis gustos se iban ampliando hasta abarcar gran cantidad de géneros, algunos de los cuáles habría rechazado solo unos años antes. Mi memoria es pésima para los detalles y las fechas, pero con una simple consulta en Google he deducido que era diciembre de 2008 y estábamos en medio de un programa pre-navideño en el que también estaban como invitados varios miembros de un grupo también local cuyo mayor mérito, a mi modo de ver, es (o era, ni siquiera sé si todavía existen) fusilar el legado de Neil Young… pero el Neil Young más plomo y coñazo. Probablemente yo tuviera ya por aquel entonces más discos de Neil Young en mi colección que toda aquella banda junta, pero daba igual, cometí la imprudencia de mencionar que uno de mis discos preferidos del año era “Saints of Los Angeles” de Mötley Crüe para sorpresa de alguno y sonora carcajada de otro.

Jamás he sentido la necesidad de ocultar algunos de mis gustos más “reprobables”; yo no me avergüenzo y es problema del otro si no le parece digno escuchar según qué grupo a partir de lo que diga no sé qué escala de mierda de autenticidad rockera. Es puro esnobismo como lo es esta moda de comprar LPs (en la época los llamábamos simplemente discos) incluso no teniendo un plato para reproducirlo (yo crecí con el formato y he llegado a tener tres giradiscos -ahora solo tengo dos- funcionando en mi minipiso, ¿cuál es tu puta excusa?). Y como lo es también venderme la moto de que me he perdido el concierto de la década por no ir a ver a un grupo que ya vi por primera vez hace una década en una sala más pequeña y sin los agobios de un sold out.

Tenemos una muy mala costumbre la gente que escuchamos rock. Bueno, en realidad tenemos muchas, pero ahora me refiero a una en concreto que es esa tendencia a pensar que lo que nosotros escuchamos es lo mejor y que lo que no nos gusta es necesariamente una mierda. Y no solo lo pensamos, sino que lo decimos en voz alta y, si es posible, intentamos ridiculizar al pobre sujeto que se sale de nuestro canon de “música aceptable”. Un comportamiento que parece que debiera desaparecer al alcanzar cierta edad, pero bien sabemos todos los que escuchamos música no solo como un simple pasatiempo sino casi como una forma de vida que no es así. Todos conocemos al menos a un personaje al que le gusta mofarse del gusto de los demás y que, además, se toma como una afrenta personal que solucionar con los puños si hace falta cuando alguien habla mal de alguno de los artistas o grupos que él considera legítimos. Como digo, me importa tres cojones lo que piense nadie de mis gustos, que para mi sorpresa siguen ampliándose y abarcando cada vez más cosas y más diversas conforme pasan los años, pero empiezo a estar muy cansado de ese tipo de actitud y de los fans de los conciertos de “americana” que se creen una especie de elite por encima del resto. Y ojo, que he dicho conciertos, porque algunos no se gastan ni una en apoyar a los músicos en el puesto de merchandising. Luego resulta que son incapaces de distinguir un buen concierto de uno insulso y mediocre; o al menos, tal vez incoscientemente, se ven obligados a que algunas cosas les gusten para que parezca que saben más que el pobre diablo que se compró en el año 2008 un LP de una banda pasadísima de moda como Mötley Crüe que resulta que ahora cuesta tres veces más, pero eso también supongo que es otro tema.

Imagen generada con Dall-e.

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