Permitidme que parafrasee el tango de Carlos Gardel porque llevamos medio 2021 y creo que es ya momento de que hablemos de 1991, probablemente el último gran año para el rock por la cantidad de grandes discos que se editaron en aquellos 365 días.
Sí, soy consciente de que en estas tres décadas se han seguido publicando discos -incluso discos de rock-, y que muchos de ellos merecen estar en las enciclopedias de la música popular. Pero creo también que 1991 es un año especial porque en él colisionaron dos universos musicales que parecían totalmente opuestos, resultando en una nueva manera de hacer música (aunque la cosa ya se venía gestando de lejos, fue a partir de este año cuando el apellido “alternativo” empezó a instalarse en el mainstream).
Normalmente viene a identificarse 1991 con Nirvana y el estallido provocado por “Nevermind”, pero durante aquel año no era raro que un martes cualquiera -hasta hace pocos años, el segundo día de la semana era el designado para los lanzamientos discográficos en los Estados Unidos hasta que pasó a ser el viernes, como en Europa- se editaran varios álbumes que hoy consideramos imprescindibles. O que incluso en cualquier mes coincidieran varias ediciones de trabajos musicales ya históricos.
Porque vamos a ver, además del “Black Album”, los “Use Your Illusion”, el recopilatorio “Decade of Decadence”, “No More Tears”, “Psychotic Supper”, los directos “Live At Donington”, “Decade of Agression” y “Loco Live”, o “Slave to the Grind” -todos ellos discos de música que podríamos denominar de la década anterior-, en 1991 también se lanzaron “Temple of the Dog”, “Badmotorfinger”, Blood Sugar Sex Magik”, “Ten”, “Gish”, Kerplunk”, “Uncle Anesthesia” o “Gure Jarrera”.
A la vista de todo esto se puede estar de acuerdo conmigo o no en que 1991
fue el último gran año para el rock en cuanto a número de lanzamientos de discos fundamentales, pero en lo que no se puede discrepar en que aquel año lo cambió todo para siempre. Y también nos cambió a nosotros. O al menos me cambió a mí. Durante los años inmediatamente posteriores viviríamos una era dorada que no se limitó a lo que se llamó grunge y a los grupos de Seattle. Todos los meses eran una excitante nueva era de descubrimientos musicales que nos llevaron por el rock industrial, lo que se dió en llamar indie, el metal, la ola del high energy escandinavo,… un sinfin de posibilidades en las que tal vez teníamos poco filtro, pero que estábamos dispuestos a escuchar porque tal vez de alguna manera sabíamos que era un momento histórico para el rock.
No hace falta creo recordar en qué situación de ostracismo mediático y de orfandad en cuanto al seguimiento popular se encuentra nuestra música en estos momentos. Y los factores que han llevado al rock a esa situación son sin duda más amplios que la falta de apoyo de las grandes corporaciones mediáticas. Pero no puedo evitar pensar que después de los 90 no hemos vuelto a experimentar una etapa musical similar. Jamás he dejado de escuchar música y tampoco he dejado de escuchar grupos nuevos, pero no es lo mismo. Aunque estoy seguro de que los lectores jóvenes -si es que tenemos alguno hablando de las cosas de las que hablamos- probablemente piensan simplemente que me estoy haciendo mayor. Sería interesante una charla con alguien a quien doble la edad sobre el tema…