En ocasiones, la objetividad a la hora de escribir un texto se pierde antes de comenzarlo. La objetividad se queda en el encabezamiento. Se queda en el nombre de la banda sobre la que vas a hablar, en el título del disco que vas a reseñar, en la discográfica que lo ha editado y en el año de publicación.
A partir de ahí, se entra en el terreno de las emociones, en el terreno de los sentimientos que despierta una obra en quien la mira o escucha. Y lo subjetivo permea, se hace presente cual “Maleza” y se impone sin remisión a la cordura de lo aséptico.
En ese punto, la objetividad está totalmente perdida y ya no importa hablar de los cambios de dirección, de la elección de un idioma diferente al habitual, del carácter conceptual de un trabajo que observas desde otra mirada, del homenaje a influencias y sonidos que reviven décadas pasadas. Nada de todo esto cobra ya sentido, porque son las vísceras las que han tomado el control y a la razón se le ha robado su momento.
Desde esa cota, te identificas con lo que escuchas y te permites el lujo de incluirte en el grupo de los “Malvenidos”, y cambias tú también los minutos por momentos y te descubres con los ojos anegados y derramando lágrimas en público porque una canción que no te espera -y que tú no esperabas- ha tocado esa tecla. La tecla. Y te pasas la mano por los ojos, y te da igual que alguien mire, porque la comunión ha sido casi completa. Y te da igual, porque es posible que seas tú con tus circunstancias y no la canción. O tal vez no, tal vez haya sido la canción, pero te da igual. Estás vencido.
Y a esas alturas, lo del idioma queda muy atrás y lo observas como un acierto a pesar de las primeras reticencias, porque comulgas con lo que el artista te dice y lo entiendes y lo asumes al cien por cien, como si desde una “Radio Amiga” te lo transmitiesen. Otro muro derribado, otra defensa traspasada.
Y así, paso a paso, escucha tras escucha, la obra va empapando tu ser y haciéndose un poco tuya, cuando antes era de los otros, porque así la empiezas a sentir, “Imprescindible”.
Y, cual infierno de Dante, que abandonen toda esperanza los que aquí entren, porque, gracias a lo menos obvio de un disco, es más que probable que, aunque vean un nuevo “Amanecer”, jamás vuelvan a librarse de su influjo.
“¿Y qué tiene todo esto que ver con “Maleza”, el nuevo disco de The Kleejoss Band?” se preguntará más de uno o más de una. Pues, probablemente nada o probablemente todo. Estas son mis emociones, mis sentimientos, lo he dicho desde el principio. Para descubrir los tuyos deberás hacerte con el disco o escarbar entre las varias pistas que un grupo que ya no necesita presentación alguna ha venido sembrando antes de la publicación definitiva de “Maleza”.
Por mi parte, lo he dicho anteriormente y lo repito ahora, me quito el sombrero y descubro mi maltrecha y encanecida cabellera ante estos chicos de Zaragoza.