El cuarteto castellonense El Sombrero de Color acaba de lanzar “Rayuela”, su tercera obra de estudio tras “Todo un año bailando” (2017) y “Sonido camaleónico” (2019) y un disco en el que el grupo parece asentar un sonido que parece fuertemente influenciado por las corrientes del pop-rock mainstream bailable anglosajón de los últimos años.
En esta ocasión, el grupo ha compuesto once canciones sobre las que se afirma que son más fieles al sonido “más cañero” (sic) que la banda consigue en sus directos. Y sí, esta casi docena de pistas se ve más robusta que en anteriores esfuerzos, eso se lo vamos a conceder. De ahí a que esta obra se le pueda adjudicar un adjetivo tan demodé como “cañero”, tal vez vaya un trecho…
Por otro lado, el grupo sigue ahondando en el mensaje predominantemente positivo de sus canciones y en esos ritmos bailables que se basan en la percusión y que tan bien funcionan en los últimos años, aunque de alguna manera han conseguido que la producción de las guitarras parezca la de un disco de los años 80. Pero quién sabe, tal vez esa era la intención.
Da también la sensación que el grupo ha pretendido ampliar un tanto su registro sonoro, lo que resulta en un disco menos lineal que por ejemplo su anterior trabajo. Supongo que el cuarteto persigue que no se le pueda poner ningún pero a su propia definición de su música como “indiefunk camaleónico”. Se agradece el esfuerzo, pero a pesar de todo, algo no acaba de funcionar aquí.
Soy consciente de que este tipo de grupos tiene su público -y probablemente un público mucho más amplio que cualquier grupo que en los últimos años me haya podido gustar-, pero a mí me parece un tipo de música y un mensaje completamente inofensivos. Alguien debería enseñarles a las nuevas generaciones de qué va realmente el rock.
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