Un tsunami de proporciones hasta ahora desconocidas en la industria musical independiente -y más que probablemente en el conjunto de la industria musical a secas-, ha azotado esta semana al conocido y hasta ahora respetado sello estadounidense Burger Records. Durante el pasado fin de semana, varios testimonios en las redes sociales acusaron a artistas y empleados del sello y tienda de discos de Fullerton (California) de conductas sexualmente inapropiadas.
Burger respondió con un breve mensaje en su perfil de Instagram primero; en él aseguraba que iba a luchar contra todo tipo de agresiones sexistas y que sentía no haber hecho tal vez todo lo que estuvo en su mano para atajarlas, para posteriormente anunciar con un largo post en su perfil de Facebook este pasado lunes una serie de medidas con las que pretendía erigirse en un sello modelo en la defensa de las mujeres y en la denuncia de las actitudes sexistas (“cultura de masculinidad tóxica” lo denominaban).
Así, Burger anunciaba que su presidente y cofundador, Lee Rickard, iba a ser relevado de su cargo mientras que el otro cofundador, Sean Bohrman, tomaría una posición discreta en esta etapa de transición. Jessa Zapor-Gray era nombrada presidenta interina.
Como señal del nuevo comienzo, la discográfica anunciaba un cambio de denominación, pasando a llamarse BRGR RECS; además se anunciaba la creación de un subsello únicamente para artistas femeninas, BRGRRRL; en la lucha contra los “depredadores sexuales”, se afirmaba en el mismo comunicado que iban a incluir una cláusula en sus contratos donde se enumerarían las posibles “conductas inapropiadas”; como parte del mea culpa entonado, también se anunciaba la creación de un fondo para ayudar a las víctimas de este tipo de violencia de género relacionadas con el sello, la desvinculación definitiva de la tienda y el sello (muchas de las denuncias iban dirigidas a empleados de la primera al parecer), la presencia de una persona responsable de la nueva etiqueta en los conciertos que organizara para más de 1.000 personas, una zona de seguridad para menores de 18 en los conciertos para todas las edades y otras iniciativas como una revisión de su catálogo para deshacerse de artistas acusados de este tipo de conductas así como cursos de formación en estos temas para sus grupos y empleados.
A día de hoy, ni el sello ni sus perfiles en las redes sociales existen ya (aunque todavía en Facebook se puede encontrar la página de Burger Records Latam, filial para el continente sudamericano que funciona de manera totalmente autónoma y que ha declarado su intención de replantearse su futuro tras haberse enterado “por la prensa”, como suele decirse). Según informa Pitchfork, Zapor-Gray ha renunciado a su nuevo puesto tras verse incapaz de revertir la situación. Mientras tanto Bohrman ha declarado que el sello ha dejado de existir completa y efectivamente.
No deja de parecer preocupante que sea precisamente en la escena independiente, donde se presupone una mayor concienciación hacia estos asuntos, donde haya ocurrido semejante debacle. Seísmo que por otra parte se antoja muy necesario y que nos muestra lo poco que se ha avanzado en la industria musical desde los años 70, donde las pocas mujeres trabajadoras de discográficas eran tratadas como meros adornos e incluso juguetes sexuales por sus compañeros masculinos y muchas artistas sufrían el acoso y el chantaje sexual por parte de los encargados de desarrollar sus carreras.
Desde hace meses muchas voces vienen reclamando un movimiento análogo al que se dió en el mundo del cine tras el caso de Harvey Weinstein. Quizás sea ahora el momento, aprovechando el vendaval que el derrumbe del edificio Burger Records ha propiciado. Sobre todo para poner el foco sobre los verdaderos culpables y evitar que se estigmatice a todas las bandas y artistas como las pertenecientes a Burger records, que se ven ahora ante un panorama incierto sobre qué va a pasar con su catálogo y puede que hasta cierta mala imagen por haber pertenecido a la escudería californiana. Ojalá sirva todo esto sirva para lo primero evitando en la medida de lo posible todas las víctimas colaterales de lo segundo.