No sé si en Rock and Roll Army tendremos muchos lectores aficionados al hip hop, pero por si acaso no es así, explicaremos someramente la escena del rap estadounidense en los primeros años 90 del pasado siglo, simplemente por contextualizar un poco la historia que se narra en este documental.
Como probablemente algunos sí que hayáis visto la serie “Hip Hop Evolution”, nos ahorraremos hablar de los pioneros de los 70 y la década dorada de los 80, para pasar a hablar directamente de los años 90, cuando este sonido nacido de los jóvenes negros de las zonas urbanas de los Estados Unidos fue definitivamente aceptado y asimilado por el mainstream y personajes como los propios Tupac, Biggie Smalls o Snoop Dogg (conocido en sus inicios como Snoop Doggy Dogg) colocaron millones de copias de sus discos. Un éxito que habían pavimentado en la década anterior clásicos como Public Enemy o NWA, grupos que no tuvieron la misma relevancia de cara a las listas, pero que sí que sirvieron para aportar algo de controversia al género y adelantaron en cierta manera lo que después se dio en llamar gangsta rap.
Volviendo pues a los 90, a pesar de que el hip hop gozaba de una salud de hierro y algunos artistas dominaban en las listas de ventas, hay que recordar que muchos de estos sujetos eran gente que venía de la calle y por lo tanto asimilaron en sus textos la violencia que era su día a día, algo que también se dejó notar en su actitud pública desafiante y pendenciera. Ahora sabemos que en algunos casos esto era más que nada una pose, una forma de ganarse un respeto en un universo en el que las bandas callejeras estaban muy presentes.
La cosa se complicaría de tal manera que tal vez hiciera falta un sociólogo para explicar el enfrentamiento entre dos áreas geográficas -las costas este y oeste del país de las barras y estrellas-, en definitiva entre los dos sellos más importantes del hip hop en aquellos momentos, el representante del oeste Death Row Records -dirigido por el matón Suge Knight- y el del este, Bad Boy Records – dirigida por Sean “Puff Daddy” Combs. Añádase por en medio los colores de bandas callejeras como Crips y Pirus y el cóctel que obtenemos sería uno extremadamente volátil.
En este contexto es en el que sucederían las muertes de los protagonistas, Tupac y Biggie, en un primer momento parece que amigos pero enfrentados después por la obligatoria pose a la que les empujaba la coyuntura. Es aquí donde toma la historia el director, nuestro viejo conocido Nick Broomfield, que sigue la tesis de Russell Poole, ex policía del departamento de Los Angeles, oficial encargado de investigar el caso de Smalls. Según este ex policía, se trataría de un caso de corrupción policial, con varios oficiales del cuerpo implicados en un asesinato a sueldo orquestado por el mencionado Suge Knight.
Lo que en un principio se presenta como una vendetta por la muerte anterior de Tupac, acaba resultando en un delirante asesinato para encubrir los verdaderos motivos: que Knight había asesinado seis meses antes a Tupac porque estaba pensando abandonar su sello, que además le debía 10 millones de dólares en royalties, y para cubrir sus espaldas había ordenado también la muerte de Biggie y que pareciera que se trataba de un caso de “acción/reacción”.
Aquí a diferencia de lo que ocurre en “Kurt & Courtney” (os hablamos de esto hace unos días aquí), el realizador británico se traga con todas las consecuencias el argumento de Poole y pretende demostrar que está en lo cierto. Digamos pues que estamos ante un documental que busca la teoría de la conspiración y que resulta bastante exitoso en ese aspecto. Pero para los conspiranoicos hay que decir que parece ser que eventos posteriores pusieron en tela de juicio las tesis y el testimonio de algunos de los personajes que se pasean por el film, que por otro lado resulta bastante interesante y que dejando a un lado todo lo dicho, sirve también de manera tangencial para entender un momento que forma parte ya de la historia del hip hop y de la música popular del Siglo XX.