Resulta curioso este breve documental que dura poco más de una hora y que se centra en la vida de una banda de punk de Myanmar, la antigua Birmania, y sobre todo en la figura de Kyaw Kyaw, un joven en la mitad de la veintena que, probablemente sin pretenderlo, es el líder de la escena.
El director plantea la filmación como un documento -nunca mejor dicho-, donde no hay narradores ni apenas contextualización. Son los propios protagonistas los que nos dejan, con sus propias palabras y sus actos, recogidos aquí en crudo, con lo que significa ser un punk en una cultura muy tradicional y que no hace tanto que salió de una dictadura militar.
Para el observador occidental representa todo un cruce de cables ver a unos punks que por un lado escriben canciones contra la represión y las imposiciones de la religión, pero por otro practican el budismo e incluso acuden a templos a rezar. Para los espectadores más veteranos, seguro que la falta de medios también les recuerda en cierto modo a la situación que se atravesó en nuestro país entre finales de los 70 y primeros 80, cuando el dinero escaseaba y había que suplir con imaginación la falta de instrumentos o de equipo.
Volviendo a Kyaw Kyaw, vemos cómo representa una imagen un tanto idealizada y rígida -a pesar de que probablemente crea lo contrario- de lo que es el punk y de cómo hay que vivirlo, lo que le acarrea algún enfrentamiento con sus compañeros, entre los que conviven punks y skins en perfecta armonía.
Como digo, se trata de un documental que en algunos momentos puede hacer brotar en el espectador la simpatía hacia los protagonistas, jóvenes naïf envueltos en una tal vez demasiado idealista manera de entender la música y la vida.