La burbuja del rock de estadio

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Departía yo hace unos meses con un inconstante colaborador de esta web que, con gran
sorpresa, me hablaba de la histeria que se había levantado en torno a la gira de
reunión de La Polla Records. Mi interlocutor venía a decir que por muy conocidos que
hubieran sido los de Agurain durante su etapa en activo, agotar las entradas en
cuestión y llenar recintos del tamaño del WiZink Center, por ejemplo, demostrada lo
salidas de madre que están las cosas hoy en día.

Dejando a un lado que probablemente cierto tipo de rockeros inclinados hacia estilos
menos propicios al consumo de kalimotxo y cigarros de suela de goma hayamos
subestimado el poder de convocatoria de algunos grupos y eventos musicales, la verdad
es que el asunto tiene bemoles. Y no quiero entrar en consideraciones éticas y
morales sobre precios de entradas, enriquecimientos del personal ni nada parecido,
pero lo que ha ocurrido (y previsiblemente va a volver a ocurrir con los conciertos
de despedida ¿definitiva? que el emblema alavés del punk va a ofrecer este 2020) ha
soprendido incluso hasta al mismo Evaristo.

Pero no quiero personalizar en un individuo o grupo, porque los ejemplos similares
son variados, como Iron Maiden reventando un estadio completo (algo que en nuestro
país nunca antes había ocurrido, por muy multitudinarios que puedan ser sus
conciertos en Brasil), Aerosmith de momento intentándolo o la noticia que ha motivado
este texto por otra conversación mantenida esta misma semana por vía virtual, la
actuación de los renacidos The Black Crowes en el WiZink Center madrileño en la que
será su única actuación en nuestro país, fijada para mediados de noviembre próximo.

Defendía yo que The Black Crowes nunca han tenido esa capacidad de convocatoria en
nuestro país. Que son una banda más de recintos medianos que de grandes pabellones
donde se pierde un poco la esencia. Para mí los hermanos Robinson se han dejado
embaucar. Reitero aquí que a mí me parece totalmente lícito y que incluso apoyo que
los grupos trinquen todo el dinero que puedan conseguir gracias a su música, dado que
es un negocio bien ingrato y el camino puede estar lleno de sobresaltos. Ahora, todo
dentro de un orden.

De alguna manera las grandes promotoras están elevando a algunos grupos a un nivel
que no les corresponde ni por volumen de ventas ni por la lógica progresión que han
tenido hasta tiempos bien recientes sus carreras. El caso es que la jugada les está
saliendo bien. Desconozco el mecanismo que hace que todo este tinglado funcione. Tal
vez sea una suma de pequeñas cosas (maniobras de marketing viral bien ejecutadas,
creación de una expectativa al sacar las entradas con nueve meses de antelación…),
pero dudo que la cosa sea tan sencilla; debe de haber algo más que se nos escapa.
Sobre todo teniendo en cuenta que el público del rock va menguando a ritmo constante
e inexorable.

Porque yo me niego a creer que de repente hay tanto fan del rock por ahí. Sí, puede
que lo haya, pero también creo que vivimos en una sociedad que se basa en la imagen y
en la reputacion virtuales y que queda muy bien postear en tus perfiles primero las
fotos de las localidades (o cagarte en el sistema de “cola virtual” si no has
conseguido premio) y después selfies en un estadio con una banda de fondo.

Perdonadme, pero para mi es todo una gran mentira. Un crecimiento artificial que no
sé si en el fondo beneficia a los verdaderos fanáticos del rock, esos que acuden a
conciertos de grupos semidesconocidos en salas pequeñas; los mismos que mantienen la
rueda girando, vaya. Aunque también he de decir que en este tema en concreto deseo
estar equivocado.

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