Brutus – Madrid (Wurlitzer Ballroom 7-10-2019)

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Brutus se presentaba en la capital del reino el pasado lunes, un día nada propicio a priori, después de una primera y breve incursión en la geografía patria que les llevó a actuar en una tempranera hora en la edición de este año del festival Download.

El lugar elegido fue la mítica Wurlitzer Ballroom, donde los del país de Tintín, el atomium y las coles convergen nos tenían preparada una intensa velada.

Y lo decimos porque una de las señas de identidad de este trío es la intensidad que imprimen a sus composiciones, que navegan quizás por el océano del post-rock, o quizás post-hardcore, aunque ponerles etiquetas resulte algo estúpido.

Brutus no inventa nada nuevo. Casi nadie lo hace hoy en día. Solo tenemos que echar un vistazo a sus compañeros de discográfica y management para ver que su universo sonoro es compartido con otras formaciones y artistas, pero lo que sí aporta la banda es una fuerte personalidad a sus composiciones, que las hacen sobresalir por encima de sus competidores en la mayoría de los casos.

Resulta curioso como con unos mimbres tan sencillos, Brutus es capaz de armar unas composiciones que alcanzan una profundidad tan evidente.

Por supuesto, la voz, y sobre todo, la forma de usarla, de Stefanie Mannaerts es, sin duda, la señal identitaria del estilo del grupo, que construye alrededor de ello sus paisajes sonoros.

Mannaerts además castiga sin piedad su batería, con unos ritmos híbridos del doom más tribal y el math rock, que, aunque no son en exceso complejos, son extremadamente contundentes y efectistas, despertando en el oyente la parte atávica que todos portamos, generando una tensión necesaria en el proceso. Stijn Vanhoegaerden, a las seis cuerdas, se encarga de dibujar las texturas, ancladas en el post rock, pero que tornan a menudo en tormentas de violencia y velocidad inusitadas, desarrollando la atmósfera adecuada, el segundo pilar de Brutus. Peter Mulders ejerce a las cuatro cuerdas de pegamento sobre el que se sustentan los devaneos de sus compañeros, y aporta quizás el tercer elemento indispensable en la alquimia de la banda, la intensidad.

Esa amalgama que se mantiene en equilibrio en las grabaciones de estudio de la banda, se desborda cuando el trío sube a las tablas.

Desde el momento en el que subieron al escenario de la Wurlitzer Ballroom, aún con la intro sonando en el ambiente, comenzaron a construir ese relato oscuro, etéreo pero denso, pesado pero liviano y extremadamente interesante que hizo que los que se acercaron se encontraran embriagados por los efluvios de Brutus desde ese mismo momento.

Cierto es que la expectación por ver a la banda era alta, y la mayor parte de los allí presentes se sabían casi al dedillo los temas que los de Leuven, o Lovaina en castellano, fueron desgranando, pero eso no resta merito al trío, que facturó uno de los conciertos más luminosos a los que hemos asistido en los últimos tiempos.

Los cincuenta minutos que estuvieron sobre las tablas de la Wurlitzer supieron a poco, aunque teniendo en cuenta la juventud de su discografía, puede que la mejor opción sea por la que optaron, haciendo de la brevedad virtud.

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