Era un anodino y gris día laboral del mes de diciembre y casi por casualidad acabé en el concierto de cierto artista norteamericano. Ciertamente no tenía pensado de antemano asistir, pero el día anterior un amigo me preguntó si le acompañaba, así que a última hora nos plantamos allí.
Ante tal vez media entrada el concierto se fue desarrollando de manera satisfactoria (no soy fan del artista y ni siquiera poseo ninguno de sus álbumes, pero el concierto estaba resultándome muy interesante), pero yo no podía dejar de mirar a una chica pelirroja que en primera fila parecía estar viviendo la mejor experiencia de su vida.
Ajena casi en todo momento incluso a la persona que le acompañaba (que en un momento dado abandonó la sala, imagino que para poder llegar a coger a tiempo el último tranvía), su trance era maravillosamente hipnótico, bailando como si no hubiera nadie a su alrededor y como si la música, aquella música, fuera dirigida únicamente a ella.
Y me enamoré. Me enamoré de esa forma tan intensa de sentir la música, de esa forma tan arrebatadora de bailar y de transmitir pasión con sus movimientos. Y me sentí incluso celoso de no ser capaz, por mucho que yo mismo ame la música y por todo lo que me hace sentir, de canalizar la energía de esa manera tan maravillosa.
Los bises acabaron, las luces se encendieron, ella dejó de bailar -aunque supongo que la emoción seguía a flor de piel-, la pista se fue despejando, la gente fue retirando sus prendas de abrigo del guardarropa y allí nos quedamos un buen rato un puñado de personas esperando que el orondo artista apareciera para firmar unos pocos autógrafos.
Fue en vano, debió de abandonar el local por otra puerta. Y allí estaba también ella, con una enorme expresión de decepción en su rostro, pues solo quería darle un gran abrazo.
En aquel rato compartió conmigo un caramelo balsámico, pero fui incapaz de decirle de viva voz todas las sensaciones que me había transmitido durante su viaje al nirvana. Ojalá estas pocas palabras sirvan para que sepa todo lo que me hizo sentir aquella noche de diciembre.