A pesar de la ventolera que arreciaba a las orillas del Ebro, la noche del pasado viernes se prometía sin embargo caldeada dentro de la zaragozana Sala López. Los que aguardaban en la puerta a primera hora a que se levantara la persiana del local no dudaron en dejar las tertulias para el interior, con lo que la López prontó se fue llenando de rockeros veteranos que habían decidido pasar el puente en casa.
Y es que, nos guste o no, parece que algunos grupos son prácticamente invisibles para las nuevas generaciones rockeras, por mucho que algunos nos esforcemos en darles visibilidad. La estampa del -afortunadamente- numeroso público era pues la de una reunión de rockeros de la vieja escuela reverdeciendo laureles y consumiendo en algunos casos más alcohol del que su cuerpo puede asimilar a estas alturas. Pero ese es otro tema. El caso es que esto se tradujo en una buena entrada y mucho ambiente ya desde el comienzo.
Sobre el escenario estos The Godfathers del año 2018 que lidera con tino un Peter Coyne que tal vez pueda parecer un turista británico de mediana edad aficionado a las jarras de cerveza, pero al que sobre el escenario no se le pone ni un pero. Y más cuando el público está entregado desde el primer minuto.
Pero es que claro, The Godfathers no se han contentado con ser una banda de revival y han demostrado una inquietud que les ha llevado a seguir publicando material de estudio. El más reciente de sus lanzamientos, “A Big Bad Beautiful Noise” del pasado 2017, encuentra cabida también dentro de su repertorio junto a sus clásicos, lo que da una muestra de que la banda, además de servir como recordatorio de épocas mejores para muchos de los nostálgicos que acudieron el viernes a la sala del otro lado del Puente de Piedra, es un grupo que vive en el presente y que todavía puede dar mucho de sí en el futuro.
Así, con un sonido curiosamente mejor al principio del concierto que con la descarga ya avanzada, The Godfathers asaltaron con contundencia el escenario para un concierto en el que los temas nuevos no desentonan con las viejas gemas, pero al que obviamente la gente había ido a escuchar temas clásicos, que eran los que mejor respuesta recibían de un “respetable” que, por edad media, ya se había ganado con creces ese apelativo, aunque cualquiera lo diría por la respuesta de muchos, que parecían estar recordando sus años mozos.
Durante aproximadamente una hora y diez el grupo hizo sudar a un público al que Coyne arengaba y animaba a hacer ruido de vez en cuando. Faltarían todavía los bises, cuatro temas entre los que no podría faltar, cómo no, ese himno ya inmortal titulado “Birth School Work Death” que, sin embargo, sonó un tanto desdibujado y que precedió a ese caramelo en forma de versión del “Blitzkrieg Bop” ramoniano que la banda regaló a los asistentes antes de abandonar definitiva y triunfalmente las tablas de la López.
Pero antes de que todo esto ocurriera había sido un trío local el encargado de calentar el ambiente, como suele decirse. Reversos tuvieron media hora para demostrar que su punk n roll acelerado era merecedor de la labor encomendada. Y lo cierto es que a pesar de algunos errores de ejecución y de que no parece que la empresa vaya mucho más allá de un divertimento, lograron entretener al menos a un sector de los asistentes con su desparpajo. Que acabarán con una acelerada “Isla de Encanta” de Pixies se convierte en mera anécdota.
Foto: Vicente Cabello Herrero
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