En esto de la música el paso del tiempo, inexorable como suelen decir, permite que los que a cierta edad todavía seguimos aferrados a su consumo más como una necesidad vital que como un artículo de usar y tirar, de tanto en cuanto echemos la vista atrás y recordemos períodos y estilos que parecen haberse quedado anclados en nuestra memoria en un momento muy determinado de nuestra existencia.
No es más que la nostalgia aplicada a la melomanía, lo sé, pero eso no quiere decir que eras como la maravillosa década de los 90, en la que casi cada semana se publicaban discos memorables, no deban ser reivindicadas como lo que fueron: tal vez el último gran momento para el rock and roll.
Tampoco se nos debe escapar la noción de que, también en la música, los movimientos y estilos son algo cíclico, y que eso que llamamos revival en un anglicismo de difícil traducción en este contexto particular es un fenómeno que nos trae oleadas de grupos y álbumes que nos recuerdan a otras épocas, algunas vividas y otras solo experimentadas en una suerte de vivencia de segunda mano.
Tal vez esté divagando o tal vez no, porque a mí Panellet me retrotraen mentalmente a aquellos años mozos en los que la vitalidad y la inconsciencia nos hacía creernos los más enterados del instituto. A unos años de descubrimientos y formación contínuos, cuando el intercambio de cassettes o videos se hacía de mano en mano y la calidad de sonido o imagen muchas veces distaba mucho de ser aceptable, pero en los que apreciábamos mucho más el valor documental de aquellos artefactos.
Hemos madurado (o eso nos dice nuestra incipiente calvicie, barriga o combinación de ambas, aunque nuestro armario siga pareciendo el de un adolescente de hace dos décadas y pico), pero algunos todavía seguimos sintiendo de vez en cuando la excitación al pinchar determinados discos. Y un álbum como “Sputnik” suena como muchas de aquellas obras que descubrimos en los años centrales de la última década del siglo pasado.
Y es que “Sputnik” son once canciones de pop punk que bebe de las tendencias de aquella época, de los discos que nos dejaron sellos ya míticos como Fat Wreck, Lookout o Epitaph, pero en los que también hay lugar para momentos más ramonianos o que incluso se acercan a lo que hicieran unos jóvenes Weezer para deslumbrarnos en aquel disco de color azul.
Estos veintitrés minutos son por lo tanto pura nostalgia musical como decimos (incluso el título del álbum hace referencia al nombre de un mítico programa de música emitido en la televisión pública catalana -otro elemento para la nostalgia, supongo-), pero bastante bien facturada hay que decir. Si el público castellanoparlante no le pone pegas a la peculiar sonoridad del catalán es un disco muy disfrutable.
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