Batushka – Madrid (Caracol 23-9-2018)

Batushka. La chispa adecuada

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Es de sobra conocido por todos los que de una u otra manera pululan por el universo de la música, que de cuando en vez una banda consigue aglutinar sobre sí misma una expectación que sobrepasa lo meramente musical. Un halo de misterio, una puesta en escena diferente, un atuendo peculiar o la suma de varios o todos estos elementos, y alguno más que probablemente se nos escape en estos momentos, consiguen encender la chispa.

Los protagonistas del relato que a continuación les presentamos son, por el momento, unos de los que más recientemente parece que han dado con las claves de esa chispa. La larga cola que rodeaba el pasado domingo 23 de septiembre, día del señor y apogeo del plenilunio, para más señales interestelares, hacía presagiar que la chispa había prendido con fuerza.

Cartel de “no hay entradas”, con insistente peregrinar de los despistados de última hora preguntando por ellas, de manera bastante numerosa, colgado en la capital del reino al igual que habían conseguido hacer anteriormente en su visita a la ciudad condal, aseguraba que la primera visita a la piel de toro de Batushka sería plenamente satisfactoria. Solo quedaba saber si la parte estrictamente musical estaría a la altura de las expectativas formadas.

Como aperitivo, acertadamente elegidos, desde la capital del Turia se presentaron Noctem, para mostrar su brutal black metal, ante una numerosa legión de seguidores que conocían al dedillo sus temas.

Los secuaces de Beleth, maquillados y atrezados en su línea habitual, comenzaron su descarga, sepultados en la penumbra habitual de la sala Caracol, y exprimieron al máximo su tiempo sobre las tablas sin faltar sus habituales parafernalias sanguinolentas y sus cruces invertidas y cráneos de cabras.

Un sonido bueno, aunque no excelente, acompañó a una banda que crece a cada nueva visita, y que goza de una reputación merecida entre los grupos de su género, labrada a través del trabajo y la constancia, a pesar de que pusieron perdidos de sangre de pega a las primeras filas, y en definitiva, una banda muy a tener en cuenta como estandarte del black metal patrio.

Y tras la salida de Noctem, cierre absoluto del telón para preparar a fondo la parafernalia de Batushka, parte de la cual pudo verse durante la actuación de los del Turia. Pasado el tiempo de rigor, los cantos gregorianos más oscuros que la banda ha podido encontrar, comenzaron a atronar la sala a través de los altavoces. Lentamente el telón comenzó a abrirse y revelar en toda su magnitud la milimétricamente cuidada y preparada escenografía de Batushka.

Una reproducción ad-hoc de una iglesia ortodoxa, con un telón dorado a modo de retablo, con modificaciones de estética demoníaca de motivos religiosos con un eminente estilo románico bizantino, completado por una serie de pequeños atriles a modo de estructuras para sostener multitud de adminículos y las numerosas velas que, en torno a un altar en el que una doble cruz, caída e invertida, se erigía entre calaveras humanas.

Fue en ese momento, entre las letanías, cuando los integrantes de la banda, ataviados con túnicas negras con inscripciones en cirílico en blanco son motivos similares al resto de la decoración, y con unas telas de malla brillante para no dejar ver sus rostros, subieron al escenario, alguno de ellos descalzo cual penitente en el vía crucis.

Portaban un cuadro con la imagen que ilustra su álbum “Litourgiya”, que depositaron en la parte superior del altar, y uno de ellos se dedicó, con cierta parsimonia, a encender una a una las numerosas velas que estaban repartidas por todo el escenario.

Un biombo que decorado con motivos afines hacía que la batería despareciera tras de él , puede que en un intento de evitar mostrar el mínimo movimiento sobre las tablas, completaba el altar, donde en breves momentos comenzaría la liturgia, la misa que Batushka nos tenía preparada.

Los primeros acordes comenzaron a sonar. Pesados, densos como la niebla que inundaba el escenario de la Caracol, con afinaciones bajísimas gracias a las ocho cuerdas de sus dos guitarras, mientras el sumo sacerdote hacía entrada en el atrio, agitando un pequeño incensario que inundó la sala con ese olor que nos transporta inmediatamente al universo religioso del imaginario popular.

El poblado escenario, con dos guitarristas, un bajista, un batería y tres integrantes de coro, además del vocalista principal, comenzaron a desgranar los temas que componían esa noche la velada, todos los que configuran su hasta el momento única referencia discográfica.

Sonidos profundos, con una épica oscura y tenebrista, anclados por capas de guitarras y coros a modo de colchones resonaban en la sala, dejando por momentos, sobre todo en las primeras filas, un poco por debajo la voz de su vocalista, que entre canciones abandonó en alguna ocasión su estática pose tras el altar para esparcir unos granos de algo que extraía de una faltriquera anudada a su túnica, y que arrojaba a la llama de las velas y a los que ocupaban el borde del escenario. Ciertamente el espectáculo de Batushka, que por cierto quiere decir sacerdote en polaco, es, cuanto menos, estremecedor.

No se queda solamente en una epatante puesta en escena, con esos rojos y dorados tan evocadores de la curia, y esa parafernalia que raya las misas negras, pero comedidamente constreñida para no cruzar el límite del satanismo más evidente y chabacano, y con una iluminación muy correcta que consigue dar lustre y envoltorio de la banda, aunque creemos que aquí pueden dar aun más de sí, sino que va un poco mas allá.

Y es que Batushka no son los primeros, ni serán los últimos en añadir esa teatralidad circense a su música en un empeño de diferenciarse del resto de formaciones.

Tampoco lo son en cuanto a ese misterio que conlleva el no saber quiénes son los miembros de la banda, lo cual lleva aparejado, por lo menos hasta que se conocen las identidades, cosa que más tarde o más temprano ocurre, y que a veces cuenta con explicaciones legendarias e inverosímiles acerca de sus miembros (la más extendida de ellas es la de que están formados por miembros de otras formaciones polacas, a modo de supergrupo).

A la cabeza vienen ejemplos como Ghost, Slipknot, Mudvaine, Galactic Empire, Lordi, o sus prácticamente iguales Cult Of Fire (busquen, busquen…), que aunque algunos no se encuentren cercanos a la órbita musical de Batushka, tienen numerosas concomitancias con los polacos.

Una de las diferencias con otros es la solidez de las composiciones que nos presentan, amén de una cierta originalidad en las mismas, que los alejan un poco del hieratísmo estilístico compositivo de otras bandas de black metal y doom.

Sea como fuere, el resultado es más que optimo, y los asistentes a la liturgia de esta noche salieron evidentemente satisfecho de lo oído, y, sobre todo visto en la velada. Si no sucumben a sus propios efluvios, y a pesar de militar en un género extremadamente minoritario en lo que a público se refiere, Batushka, cual rara avis, está llamado a poblar los escenarios de los festivales más renombrados en un futuro no muy lejanos, y a convertir su propuesta en todo lo masiva que les permita su género, e incluso a traspasar esa frontera y acceder al púbilco del metal en general.

Lo que está claro es que Batushka son por el momento poseedores de la chispa adecuada, y ya saben ustedes que para incendiar el bosque, basta con una cerilla.

Noctem
Noctem
Noctem
Noctem
Noctem
Noctem
Batushka
Batushka
Batushka
Batushka
Batushka
Batushka
Batushka
Batushka
Batushka

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