Todo lo que podía salir mal salió mal. El Mad Cool, cuya tercera edición acaba de celebrarse esta pasado fin de semana en Madrid, tiene todas las razones del mundo para calificar de “annus horribilis” este año 2018. Desgraciados sucesos como la muerte de un acróbata el pasado 2017 ya levantaron las críticas de aquellos que consideraban que la organización debió de haber suspendido la celebración del evento en cuanto se produjo el accidente. Aún así aquellas críticas no parecían haber afectado a un tipo de público, en su mayoría ese que se acerca a cualquier festival toque quien toque, que este año ha agotado de nuevo todas las localidades puestas a la venta.
Sin embargo los hechos acaecidos en esta edición 2018, que han afectado a un gran número de asistentes, sí que parecen ser de los que crean animadversión entre gran parte de ese público que, recordemos, acude a eventos de este tipo como una opción más de ocio y no por una especial querencia por el cartel de turno. Al caos del acceso en la primera jornada del evento madrileño (que la organización achacó a un problema con su red que impedía la lectura de los códigos qr de las entradas), se han sumado las quejas por los precios abusivos (similares sin embargo a los de cualquier otro festival, sala de conciertos o incluso estadios de fútbol), la imposibilidad de acceder al recinto con comida o bebida externa, la cancelación de Massive Attack porque desde su escenario parece que se oía más de la cuenta el concierto de Franz Ferdinand en otro de los espacios del festival, o incluso el accidente de uno de los autobuses lanzadera que comunicaban el recinto con el centro de la ciudad.
Dicen que cualquier publicidad es buena, pero dudo que a los responsables del evento les haya hecho mucha gracia verse retratados en los noticiarios de una manera tan negativa (salvo el caso tal vez de RTVE, donde han recibido un trato algo más amable probablemente porque la televisión pública ha emitido o va a emitir próximamente algunos de los conciertos estrella del festival; estómagos agradecidos que suele decirse).
Y es que como aquellos que decían ser el partido con más afiliados de Europa, los responsables de Mad Cool han sacado pecho durante meses de ser el festival más grande del viejo continente (no dispongo de datos de asistencia, pero yo diría que no lo es y que ni siquiera se acerca a las cifras que manejan algunos otros eventos), por tener a las estrellas más rutilantes -gracias a una agresiva política de contratación que incluso desde su primera edición juega con la coincidencia de fechas con otros eventos para “hacer pupa”, todo hay que decirlo-, o de ser el festival más enrollado incluso desde la formulación de su nombre. Algo de justicia poética parece haber en todo esto.
Soy consciente de que diciendo todo esto nos estamos jugando ser vetados en próximas ediciones del evento. Si es que las hay, claro. Pero es que a veces uno siente la necesidad de expresar cosas que la gran mayoría comparte, pero que casi nadie se atreve a decir. Y al final del día, me gustar poder sentirme a gusto conmigo mismo y poder mirarme al espejo. Personalmente me gustan los festivales a los que la gente va a escuchar música. Por eso las pijadas como norias y demás distracciones me crean un rechazo que no ayuda a que intente pasar por alto mi cierta agorafobia para encerrarme en un recinto con otras 79.999 personas. No diré que me alegre de las desgracias ajenas, pero veo en todo esto un sopapo del karma.
Y que conste que le ha tocado al Mad Cool, pero estoy seguro de que hay más festivales dentro de nuestras fronteras (qué diferente la organización y la logística desplegada por eventos de este tipo en otras partes de Europa por cierto) que se merecen también algún que otro tirón de orejas. Si al menos la experiencia del Mad Cool 2018 sirve para que dejen de tratar al público como ovejas algo habremos ganado.
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