El pasado fin de semana Vitoria volvía a acoger una nueva edición de Azkena Rock Festival. Un evento que, camino de las dos décadas de existencia, sigue gozando de buena salud, y ello a pesar de que algunas voces hubieran tildado de flojo un cartel que, como poco, podríamos calificar como de apañado. Los datos de público además dan muestra de que el ARF se mantiene en buena forma: una asistencia global de 31.250 personas que se dividen entre las 15.050 del viernes y las 16.200 del sábado, tradicionalmente la jornada más fuerte del festival. Con estos números no parece por lo tanto que los amantes del rock le hayan dado la espalda a un festival que, recordemos, se tiene que batir el cobre con cada vez más competidores de cara a confeccionar un cartel que tampoco puede ser al gusto de todos, como muchos pretenden. Por cierto, que ya tenemos el primer nombre para el cartel del 2019: los norteamericanos Wilco, que visitarán Gasteiz para participar en el festival por segunda vez en su carrera.
Algo que servidor sí que lleva bastante mal es la numerosa oferta, ya que obliga a tomar decisiones drásticas y dejar de ver cosas que realmente te apetecen por culpa de los conflictos horarios. Sabiendo que una de las señas de identidad del Azkena en sus primeros años fue precisamente la ausencia de solapes entre conciertos, todavía hoy echo de menos aquellos tiempos en los que el recinto de Mendizabala solo albergaba dos escenarios, aunque sea consciente de que para el crecimiento del festival era necesario ese nuevo enfoque.
A pesar de esto, nos las arreglamos para ver dos veces a The Sheepdogs, aunque ofrecieran prácticamente el mismo concierto por la mañana en la Plaza de la Virgen Blanca que el que darían a media tarde en el primer escenario de Mendizabala. Eso sí, ya en el recinto oficial los canadienses gozaron de un sonido con mayor potencia que por la mañana. Personalmente me parece un grupo simpático, aunque la sombra de los hermanos Allman es muy alargada, como demuestra muy gráficamente la versión de “Rambling Man” que se marcaron. Yo creo que podían dar un poco más de sí.
Todavía con cierto aura de “the next big thing” llegaban Rival Sons a su segunda participación en el ARF. Y si en aquella primera ocasión eran unos completos desconocidos, ahora que su estatus es mucho mayor sin embargo parece que no acaban de explotar como el gran grupo que tendría que liderar el rock de los próximos años. Por eso resulta curioso que no estén colocados en las primeras posiciones del cartel, porque por lo que se pudo comprobar el viernes seguidores no les faltan y además su confirmación se anunció a bombo y platillo. Para mí la cosa no es para tanto: es evidente que el grupo tiene algunas buenas canciones (sobre todo cuando les da por tirar más hacia las influencias zeppelinianas), pero o funcionan mejor en las distancias cortas o realmente hay muy poquita cosa detrás. Las largas pausas entre temas tampoco es que les favorecieran demasiado. Para gustos.
El que sí que es una figura incontestable es un Van Morrison que está ya por encima del bien y del mal, aunque paradójicamenete no parecía haber mucha gente interesada en su concierto en las primeras filas. Tal vez tenga algo que ver el que el irlandés nos esté visitando con regularidad. Sea como fuere, su concierto aburrió a más de uno, y no creo que fuera únicamente cuestión de que le faltara un punto de volumen. A cumplir el expediente, aunque tampoco puedo hablar demasiado ya que abandoné las primeras filas del escenario principal antes de que terminase su concierto.
Y aquí es donde quería yo llegar, porque prácticamente no se ha hablado de la “otra” reunión del festival, la de unos Thee Hypnotics que fueron anunciados casi de tapadillo y como quien no quiere la cosa. Pues bien, resulta que el cuarteto británico ofreció uno de los mejores (si no el mejor) concierto de esta edición de ARF. Liderados por un Jim Jones que se ve que se lo cree en todo momento, Thee Hypnotics ofrecieron una verdadera lección de rock pesado en la línea de los Stooges más densos para todo aquel que quiso escuchar. El vocalista repitió consignas como “Fuck the fascists, fuck the racists” varias veces a lo largo de un concierto en el que temas como “Revolution Stone” o “Come Down Heavy” sonaron como un cañonazo directo a la entrepierna. Como escribí en las notas que tomé para esta reseña, yo ya puedo morir tranquilo. Todo lo que iba a venir después tendría que competir con ese recuerdo ya grabado a fuego en mi retina de toda la banda despidiéndose puños en alto.
Meridianamente claro tenía también que lo de Chris Robinson Brotherhood iba a ser poco rival ante la anterior muestra de contundencia y fiereza escénica. Y no me equivocaba, aunque los primeros momentos del concierto lo cierto es que disfruté; por desgracia, esa sensación de confortabilidad para con la música del de Atlanta se fue disipando conforme avanzaba el show. Sigo sin entender por qué a una cosa tan insulsa se le concede el tiempo y la posición en el cartel que ocupaba el que fuera vocalista de los cuervos negros, pero también sé que tiene su público.
La noche del viernes la cerraría Wayne Kramer al frente de esa banda de homenaje que ha organizado para conmemorar el 50 aniversario de MC5. Algo no del gusto de todo el mundo, como suele ocurrir con estas cosas, pero eso explica también la disparidad de opiniones sobre esos MC50. Yo creo que Kramer tiene todo el derecho del mundo a hacer algo así y, como ya ocurriera con aquella otra reencarnación de los cinco de la ciudad del motor que ya vimos en otro ARF pretérito, visto con cierta objetividad resulta un ejercicio a un nivel mucho más que digno. Otra cosa es que se le pueda poner algún pero al repertorio, aunque la recta final se convirtiera en una verdadera fiesta perfecta para cerrar el primer día -a Girlschool las disfrutaría de lejos y socializando, aunque he de decir que sonaron potentes-.
Con el sol castigando sin piedad, la tarde del sábado llegaríamos a Mendizabala a tiempo de ver parte del concierto de Berri Txarrak. Un enorme telón con la leyenda “INFRA” escrita cubría las espaldas del trío navarro, que ya contaban con un numerosísimo público congregado frente al segundo escenario. La noticia del día, el fallecimiento de Vinnie Paul Abbott, se dejó notar ya que el grupo homenajeó la música de Pantera tocando “I’m Broken”.
Tras Berri Txarrak se presentaría más tarde Ian Hunter en el escenario principal liderando a unos Mott the Hoople que rozaron el esperpento estético, que no musical. Con un sonido no demasiado bueno -al menos desde nuestra posición en la zona delantera-, el grupo ofrecería un entrañable concierto repleto de clásicos del rock inglés, muestras de decadencia rockera (el numerito de la botella de champán tuvo su punto cutre, para qué negarlo) y un público extasiado cuando el grupo acometió un “All the Young Dudes” catártico. Muy buen concierto, la verdad.
Lo de Turbonegro para mí era una verdadera incógnita. Hace ya al menos un lustro que me desentendí del grupo y todavía no les había visto con su nuevo vocalista… Pero es evidente que la banda ha seguido adelante y que deben de tener mucha fe en su material más reciente, porque prácticamente todo su set estuvo compuesto de nuevas composiciones. Afortunadamente decidieron rescatar himnos como “Get It On”, “The Age of Pamparius”, “Selfdestructo Bust” o “I Got Erection” que pusieron patas arriba al público.
Muy esperada era Joan Jett, mujer que merece por derecho propio un lugar en el Olimpo rockero y que contó con una bien merecida posición preeminente en el cartel del sábado. Junto a su banda ofreció un concierto muy sólido y salpicado de hits que, sin embargo, pecó de atravesar por algunos momentos bastante lineales.
Pero para esperados, por lo menos para servidor, unos Gluecifer que en su día se tuvieron que separar ante cierta indiferencia (coteje, amigo lector, sus recuerdos sobre la separación de los noruegos y la de sus colegas de generación The Hellacopters), pero que el pasado sábado reinaron por todo lo alto como los “kings of rock” que nunca debieron dejar de ser. Cinco veces lo vi en su día, pero la más especial de todas tengo que decir que ha sido esta sexta. Y para muestra comentar el detalle de que acabara llorando como una magdalena durante “The Year of Manly Living”. Y eso que no las tenía todas conmigo, ya que por lo que habían dejado entrever en las redes sociales, el posible set list no parecía demasiado acertado. Sin embargo, el grupo ha sabido confeccionar un repertorio bastante equilibrado (aunque yo obviamente hubiera preferido algo más de material antiguo), y a pesar de que Captain Poon no tuviera su mejor noche, Gluecifer estuvieron a la altura de su leyenda (por suerte la mayor parte del peso de las guitarras recae sobre el pequeño Raldo Useless). No sé qué va a ser de estos tipos después del puñado de fechas que tienen confirmadas, pero el mundo del rock necesita de Gluecifer, e intuyo que por la reacción del grupo sobre el escenario Gluecifer también necesitan del mundo del rock. Cruzaremos los dedos.
Foto: Jordi Vidal
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