Ya no queda esperanza

Mucha gente se cree que el comportamiento normal en un concierto es el de no parar de hablar o consultar en su móvil las redes sociales

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Es oficial: ya no queda esperanza para la música. El viernes pasado me acerqué a un concierto -como público, no en calidad de crítico- y allí me presentaron a un joven que comentó que llevaba una página web musical. Nada que objetar, al contrario, a uno le alegra ver que todavía hay gente de cierta edad que no ha sido víctima de todos esos mediocres productos musicales que nos quieren meter en vena desde los conglomerados de medios y las multinacionales del entretenimiento.

La cosa se empezó a torcer sin embargo cuando una vez comenzado el concierto, a nuestras espaldas se oía el constante parloteo de mi nuevo amigo. Y así estuvo durante todo el concierto, incapaz de cerrar la boca. La cosa llegó hasta tal punto que una de las personas que estaba conmigo llegó a preguntarle si había tomado alguna clase de droga de esas que sueltan la lengua, recibiendo una negativa por respuesta.

Una vez acabado el concierto yo, que debo reconocer que no tenía un buen día, visiblemente molesto le recriminé su comportamiento. Ni corto ni perezoso el chaval me dijo con todo descaro que a los conciertos se va a eso, a socializar; con todo mi estupor le volví a preguntar si eso era una pose, si en realidad no lo pensaba pero le gustaba provocar, a lo que respondió que si quería escuchar la música no tenía más que ponerme el CD en mi casa. Posteriormente añadiría, y cito textualmente “a pocos ‘festis’ has ido tú”.

Y ahí fue donde tuve que reprimirme de no soltarle un buen sopapo, que cerca estuve de ello. Gracias que no lo hice -o que me disuadieron- porque ahora me estaría arrepintiendo. De lo que no me arrepiento es de haberle dicho que el problema era precisamente ese, que mucha gente se cree que el comportamiento normal en un concierto es el de no parar de hablar. O apoyarse el escenario para consultar las redes sociales en su móvil durante 15 minutos -como también ocurrió el otro día-, hacer comentarios pretendidamente graciosos o sacarse selfies sin parar al pie de los artistas. Pero lo que me parece más sangrante de todo este asunto es que eso lo diga alguien que supuestamente está para ayudar a la música. Me deja casi tan perplejo como una crítica que leí en otra parte hace algún tiempo en la que el dominguero de turno animaba fervorosamente a sus lectores a descargarse el disco, y no parecía que de forma legal precisamente.

En cualquier caso, estoy seguro de que mis palabras caerán en saco roto. Probablemente este sujeto, cuando amaneció el sábado, me recordaría como un personaje molesto y salido casi de otro planeta o de otra época. “This is the beginning of the end” cantaba Trent Reznor y yo cada vez estoy más convencido de ello. Cosas como esta son las que me hacen reafirmarme en mi creencia de que todo está ya perdido. Si alguien que supuestamente es un melómano te dice que los conciertos son para hablar con los colegas apaga y vámonos. No sé, o vivimos en un mundo que no comprendo en absoluto o la gente cada día es más gilipollas y hemos alcanzado el punto de no retorno para que todo se vaya al carajo.

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