Más antigua que los pterodáctilos es la teoría del eterno retorno, del resurgir de las cenizas, del retener despues del tener y demás zarandajas. Tenemos delante de nosotros a un grupo que lo ha sido todo en el metal, sin el que no se puede hablar hoy en día de la evolución del género, y que ha sido fuente de donde han bebido, directa o indirectamente, multitud de bandas, muchas de ellas copando hoy en día los lugares mas altos del escalafón.
Hablar de Korn y obviar eso sería, cuanto menos, pretencioso y estulto, pero también hemos de conocer las épocas oscuras de la banda, cuando la burbuja del nu-metal comenzó a desinflarse y las crisis de personalidad comenzaron a atacar con saña a las otroras cabezas pensantes de un género que se desmoronaba ante ellos.
Korn comenzó una etapa errática en la que facturaban discos con apenas un par de temas salvables. Si a eso le añadimos la fuga de una de sus cabezas pensantes, Brian Head Welch, a alcanzar el karma divino, el resultado era mas que predecible.
Hemos visto a Korn (al menos el que suscribe) en ya numerosas ocasiones, capaces de llegar a lo mas alto, pero también de sumergirse en las profundidades del averno. Irrepetible aquella antediluviana cita del 97, y perfectamente olvidable la del 2009, en la misma sala, para poner un par de ejemplos. La duda que nos asalta hoy es saber cuál de las diferentes encarnaciones de la banda de los estados juntos de américa se nos mostrará.
Hay que decir que la vuelta de Head a la formación, y la publicación de su más reciente trabajo discográfico, “The serenity of suffering”, nos concilian con unos Korn, que parecen haberse empeñado en recobrar la fuerza por la que fueron aupados en tiempos al olimpo del metal.
En los alrededores del Palacio de Deportes de la CAM, ahora rebautizado de manera periódica con nombres de entidades bancarias, se arremolinaban nutridos grupos de adolescentes y trenticuarentañeros dispuestos a devorar los decibélios que nos tenían preparados en el interior. No se me puede ocurrir nada más satánico que poner a unas bandas de metal en un recinto que lleva el nombre de un banco. Al menos está a nivel 665 en el ranking del Hades.
Pergeñada la estructura de The Box, que da cabida a unas cuatro o cinco mil personas, nos disponíamos a planchar nuestras orejas con la primera banda en acción de la noche. Hellyeah, el grupo de Vinnie Paul, abrían la noche con un atronador sonido, sobre todo de bajos y subgraves, que continuaría siendo la tónica durante toda la velada. Paul es una metralleta detrás de la batería, y el resto de su banda no paraba de moverse y autoprovocarse esguinces cervicales por doquier. Chad Gray se retorcía por el escenario intentando arengar al público de la sala, que superaba tímidamente la mitad del aforo en esos momentos. Algún eco de Mudvayne y Damageplan se atisbaba en el ambiente, y es que a pesar de ya llevar una decada juntos, todavía echamos en falta un matiz más propio en su sonido que nos haga olvidar sus raíces.
En el escaso tiempo que tuvieron para defender su propuesta, lo dieron todo sobre el escenario. Esperábamos un poco más, pero evidentemente tendremos que verlos como cabeza de cartel para discernir totalmente su capacidad y potencial a toda máquina. Si no hubieran estado inmersos en un mar de graves y subgraves, entre el que naufragaban la voz y las guitarras en casi todo momento, nuestra opinión hubiera sido probablemente distinta.
Cambio de escenario para recibir a los siguientes en la lista, Heaven Shall Burn, que continuaron con la tónica del sonido que habían sufrido Hellyeah instantes antes. Los teutones defienden una mezcla de deathcore melódico y metalcore acelerado, si es que queremos tener algún indicador acerca de su propuesta.
Poco tiempo para mostrar sus armas, y un sonido que no estaba a la altura, por lo menos en algunas frecuencias, hicieron dificil para Marcus Bischoff y los suyos destacar esta noche, aunque pusieron todo su empeño en ello.Curioso por cierto el contraste entre la imagen de los miembros de la banda, en la cual parecía que Bischoff había llegado al concierto deprisa y corriendo de la oficina, y todavía iba de romano.
Desgranaron principalmente temas de su mas reciente trabajo, “Wanderer”, aunque soltaron píldoras de tiempos pretéritos en los escasos cincuenta minutos de que dispusieron. A esas alturas el público, sobre todos los die-hard de los chicos del maiz, y los poseedores del pase vip que aseguraban las primeras filas, estaban mas por la labor de que aparecieran los de Bakersfield.
Consabido y obligatorio cambio de escenario, esta vez detrás de un telón negro para mantener la intriga hasta el último momento, y en poco más de media hora se apagaron las luces ante el griterío del respetable. Tras los primeros acordes de “Right now”, cae el telón y comienza la vorágine. Un otrora estático e hierático Jonathan Davis abandonaba su torre de marfil en forma de soporte de micro de aspecto femíneo y se movia sin parar de un lado al otro del escenario.
Una puesta en escena que, sin ser espartana, tampoco era espectacularmente epatante, a base de telones de fondo, luminarias móviles de led y algún que otro surtidor de humo a presión, acompañó a los cinco de Bakersfield, que se vieron reforzados con un teclista sepultado en el fondo del escenario, que disparaba bases y efectos, amén de algún que otro colchon.
Poco importaba para los seguidores de la banda, que desde el minuto uno coreaban las arengas de sus líderes.
Siguieron con “Here to stay”, adelantando como iba a ser el repertorio de la noche, eminentemente desplazado a la época dorada de la banda, aunque el tercer tema fuese “Rotting in vain”, que con “Insane” fueron las únicas incursiones en el último trabajo de la banda hasta la fecha. De hecho, obviaron todos los albumes que han publicado entre “See you on the other side” y “The serenity of suffering”, como si ni siquiera hubieran existido.
A pesar de que el sonido era evidentemente mejor que el de las bandas de apoyo, echamos en falta un poquito mas de volumen en las guitarras, que a veces sucumbían entre la bola de graves.
Tuvieron varios guiños a otras bandas, como la versión del “Word up” de Cameo, que se marcaron en el primer impás del concierto, y siguieron con retazos de “We will rock you” entre las estrofas de “Coming undone”, y que finalizarían en la parte final, y mas álgida del concierto con un final de “Shoots and ladders”, con la consabida y aclamada intro de gaita a cargo del señor Davis, en el que incrustaron el “One” de Metallica, tras el cual los miembros de la banda dejaron a Ray Luzier solo en escena ejecutando un completemente prescindible solo de batería. Suponemos que todavía tiene que estar pagando el peaje por no ser de el núcleo duro de la banda, y sus compañeros le abandonan para darse un refrigerio y afrontar el bloque final de la gala, a pesar del guiño de Fieldy, al filo del término del solo, echándole un poco de agua para mitigar su esfuerzo.
Enlaza sus quince minutos de gloria con el “riff” de plato de “Blind”, y cuando Davis pregunta al respetable si estan preparados, la sala se viene abajo.
Ciertamente esta traca final fue lo mejor del concierto, con “Twist” y “Good god” cerrando por todo lo alto y con un recinto patas arriba.
Desaparecen por unos minutos para regresar y cerrar definitivamente con “Falling away from me” y “Freak on a leash” entre el alborozo de un público ya totalmente entregado. Muy grandes.
A pesar de las dudas que cosechabamos antes del concierto, salimos satisfactoriamente aliviados. Parece que estos nuevos Korn han recuperado el ansia por la música, y la garra que les caracterizó en su mejor momento, y han aprendido de los errores del pasado, a pesar de que el sonido no fue tan perfecto como uno espera de un grupo de semejante nivel.
A título personal, echamos de menos al señor Silveria. Aunque Luzier es un buen golpeador, carece del groove de David, y eso hace que los temas se resientan, pero desde luego, los Korn que vimos el viernes vuelven alcanzar el notable en nuestro ranking.