1991 pasará a la historia como el año 0 de la invasión grunge-alternativa: durante esos 365 días se publicaron álbumes como “Ten” de Pearl Jam, “Nevermind” de Nirvana, “Badmotorfinger” de Soundgarden, “Gish” de Smashing Pumpkins o “Blood Sugar Sex Magik” de Red Hot Chili Peppers.
El desmontaje del andamio rockero anterior todavía tardaría un poco sin embargo (el segundo disco de Nirvana aparecería a finales de septiembre de ese 1991), y figuras establecidas del panorama todavía se mantendrían de plena actualidad: Ozzy Osbourne lanzaría uno de sus discos más exitosos junto a Zakk Wylde, “No More Tears”; U2 publicaban “Achtung Baby”, una vuelta de tuerca a su sonido que acabó por encumbrarlos como banda de estadio; y Guns N’ Roses lanzaban pocos días antes que Nirvana sus dos volúmenes dobles del megalómano proyecto “Use Your Illusion”. Mientras tanto, algunos intentaban adaptarse a los nuevos aires sin siquiera saber lo que estaba todavía por venir: Mötley Crüe y su recopilatorio “Decade of Decadence” parecían anunciar un período oscuro para cierto tipo de rock; Slayer daban carpetazo a los 80 y a su relación con Dave Lombardo con el directo “Decade of Agression”; Van Halen con “For Unlawful Carnal Knowledge” todavía lograrían lanzar ¡hasta seis sencillos de un único disco!
En el marco de este puente entre generaciones del rock también se lanzó, un 12 de agosto de 1991, el disco homónimo de Metallica, más conocido como “Black Album”. Esto significa que hace ahora justo una semana, el que tal vez sea el disco más conocido de la historia del heavy metal, tanto por los seguidores del estilo como por toda una serie de personas que podríamos denominar “público no especializado”, cumplió nada más y nada menos que 25 años.
Hasta entonces, Metallica habían sido un grupo de cierto renombre cuyos fans se circunscribían a los chavales metidos sobre todo en el thrash metal, siendo considerados como uno de los cuatro grandes del estilo junto a Anthrax, Megadeth y Slayer. Pero lo que no consiguieron estos tres últimos, por mucho que amemos sus discografías (o gran parte de ellas al menos), fue lo que sí consiguieron Metallica con el “Black Album”. Con la ayuda del productor Bob Rock, que tenía en su curriculum bandas como los citados anteriormente Mötley Crüe, Bon Jovi o The Cult, Lars Ulrich y James Hetfield arrastraron a Kirk Hammett y Jason Newsted a unos terrenos musicales más pulidos que en anteriores entregas.
La banda creció compositivamente a la par que crecían también las cuentas corrientes de los compositores del grupo: hasta el día de hoy se estiman en 16,4 millones de copias las que ha vendido el “Black Album” solo en los Estados Unidos, lo que se traduce en unas 1.000 nuevas copias del disco vendidas semanalmente y que lo convierten en el disco más vendido en el país desde que se realizan este tipo de estadísticas. En cualquier caso y pese a que algunos lo vean como una bajada de pantalones, el “Black Album” puede ser considerado como uno de los mejores discos de la historia del metal a secas, sin ningún tipo de prefijo que lo categorice. Porque en ocasiones se decanta por el hard rock y en otros momentos se torna más pesado e incluso hasta “pasteloso”, pero esta docena de temas apenas tiene nada reprochable en su poco más de una hora de duración.
De las por momentos tensas sesiones de grabación y la primera parte de la mastodóntica y accidentada gira de presentación posterior dan testimonio dos documentales, las partes 1 y 2 de “A Year and a Half in the Life of Metallica”, una visión bastante cercana de lo que era la dinámica y las tensiones de la banda cuando conquistaron definitivamente el mundo, aunque uno sospecha que los realizadores dejaron las cosas más jugosas en el tintero.
Aunque en su día la banda se pasó cerca de tres años de gira promocionando el disco, Metallica recuperaron hace un lustro el álbum en su integridad (y en orden inverso) para la gira especial del vigésimo aniversario, incluyendo “My Friend of Misery”, un tema que nunca habían interpretado en directo hasta entonces. Toda una oportunidad para los fans que por edad o por imposibilidad no pudieron ser testigos en los años 92 y 93 de lo que significó en el mundillo del metal y de cómo era aquellos conciertos en los que los de San Francisco comenzaron a actuar en un escenario central con forma de diamante y con el célebre “snake pit” incluido.
Son ya 25 años los que han pasado, y aunque el “Black Album” no sea un disco que escuche muy a menudo, hay que reconocer que sigue sonando como el primer día.