Hacía demasiado tiempo que os quería hablar de esta serie, “God, Guns & Automobiles” (aquí traducido por un bastante más soso “Ventas a todo gas”). De hecho, hace tanto tiempo que ni siquiera estoy seguro de que actualmente se mantenga en antena. Yo al menos no he conseguido “pillarla” desde hace bastante tiempo, aunque el hecho de que su emisión fuese los fines de semana por la mañana hacía que no la haya seguido nunca de una manera consistente. En cualquier caso, ya sabéis que hoy en día el que quiere algo, acaba localizándolo de alguna manera en la aldea global. Por si acaso y para que conste en acta, el canal de emisión era Energy.
Pero deberíamos centramos en la serie, otro de esos ejemplos de telerrealidad teatrera y probablemente tramposa que tanto se llevan desde que se impuso la TDT. La historia es bien simple: “God, Guns & Automobiles” se centra la vida de un tal Mark Muller, dueño de un concesionario de vehículos de una ciudad rural de Missouri y perfecto prototipo del auténtico “American way of life”: republicano amante de las armas, temeroso creyente de Dios, hombre hecho a sí mismo y padre de familia ejemplar (y aquí el adjetivo “ejemplar” puede acompañar tanto a “padre” como a “familia”). ¡Pero si el tipo incluso lleva sombrero de cowboy, por dios!
Junto a él, otro de los “personajes” recurrentes es su hermano, Erich “Mancow” Muller, un tipo que parece tener una única camisa (o tener muchas iguales, como los Simpson) y que parece algo más racional que su hermano, con quien comparte la propiedad del concesionario y al que tiene que poner los pies en el suelo cuando plantea alguna de sus ocurrencias para animar el negocio.
Aparte de ellos, los empleados y la familia de Mark tienen también cierta cuota de pantalla, aunque todos tenemos bien claro quién es el jefe aquí.
Tras esta brevísima sinópsis, probablemente muchos no os sintáis lo suficientemente empujados por la curiosidad para ver la serie. Y lo comprendo, no creáis. Lo que pasa es que uno siente cierta fascinación casi enfermiza por ese tipo de norteamericanos profundamente creyentes, esos que hacen gala de un exacerbado patriotismo no exento de unas altas dosis de ingenuidad casi pueril. Evidentemente, los toros vistos desde la barrera dan mucho menos miedo.
Y qué queréis que os diga, es todo tan prototípico que parece hasta irreal. Y aunque probablemente muchas de las situaciones sean forzadas a golpe de guión, al final uno llega a la conclusión de que si existen personajes de ficción parecidos… tiene que ser porque la realidad es mucho peor.