Título original: The kandykolored tangerine flake streamline baby
EE.UU., 1965
134 pgs.
Ensayo, Nuevo Periodismo
Los scalextric son un juego similar al tren eléctrico, donde dos dragsters en miniatura, cada uno de unas cinco pulgadas de largo, impulsados a electricidad, recorren un modelo reducido del cuarto de milla. Beebe toma un micrófono y anuncia que está ahí Dick Dale, el cantante, y quien compita con Dick en el scalextric recibirá uno de sus discos. Dick Dale es muy popular entre estos chicos porque interpreta canciones de “tabla”. Los tablistas -quienes practican el deporte de la Tabla Hawaiana- son muy admirados por todos los muchachos. Tienen su propia jerga, con palabras como hang ten, que significan lo mejor del mundo.
“El coqueto aerodinámico” es una lectura ciertamente intelectual a la vez que maravillosa y sensualmente superficial. Son cosas del llamado Nuevo Periodismo, la corriente literaria iniciada por Truman Capote con su llevada al cine “A sangre fría” y de la que forman parte autores como Hunter S. Thompson (“Hell’s Angels”, “Miedo y Asco en Las Vegas”…) y el propio Tom Wolfe, un esteta desenfadado y cercano que reflexiona de forma crítica y muy amena sobre los fenómenos sociales de la cultura moderna occidental.
Quizás el referente más próximo que tenemos, en lo que al estilo se refiere, en nuestra lengua, sea el periodista musical Diego A. Manrique: un tipo desenvuelto que tiene la rara habilidad de expresar en un lenguaje coloquial, aceptable y entendible por cualquiera, una visión profunda, crítica y razonada de ese mundo que te quiere enseñar, un mundo hacia el cual se siente atraído estéticamente y cuya atracción desea compartir con los demás. Como un niño que te enseña su nuevo juguete.
El texto es fresco, vibrante, onomatopéyico: el primer título que tuvo el ensayo que da nombre a este volumen fue “There Goes (Varoom! Varoom!) That KandyKolored (Thphhhhhh!) TangerineFlake Streamline Baby (Rahghhh!) Around the Bend (Brummmmmmmmmmmmmmm)…”. Lo publicó Squire Magazine en 1963. En él se introduce de lleno en el mundo estético y marginal de los coches pichicateados de la Costa Oeste y da sentido artístico y filosófico a una experiencia que surge como un fenómeno colectivo y espontáneo.
El Establishment no puede soportar este aspecto de Roth, como ningún Establishment podría soportar a los dadaístas durante mucho tiempo. A los beatniks antes que a los dadaístas. El truco siempre ha sido absorberlos de alguna manera. Hasta ahora Roth se ha resistido a la absorción.
“Eramos los verdaderos gangsters del pichicateo”, dijo Roth, “Nos repiten que tenemos una actitud negativa. Nuestra actitud es diferente y eso nos hace negativos”.
No hay duda de que la postura de Wolfe es entusiasta y que él mismo se siente parte de lo que narra, sin embargo, cuenta a la vez con la lucidez y la honestidad necesarias para admitir, como hiciera Hunter S. Thompson con delicioso pesimismo, que ese mundo precioso y artificial que admira es tan efímero y banal como un castillo de naipes, lo cual no le quita, más bien al contrario, ni un ápice de su belleza.
Después de este ensayo se suceden otros tres, de nombres no menos sugerentes: “Arquitectura electrográfica”, “Los muchachos de la melena” y “Las Vegas (¿Qué?) Las Vegas (¡No te oigo! Mucha bulla) ¡¡¡Las Vegas!!!”. En todos ellos encontramos una crónica de la contracultura americana de los sesenta contada desde adentro, por alguien del rollo, y con el lenguaje adecuado, pero eso sí, sin perder la distancia necesaria para elaborar un relato irónico y realista de todo lo que allí sucedió.