El acto musical más revolucionario del siglo XXI (por ahora) tuvo lugar en Moscú el 21 de febrero de 2012. Varias integrantes del colectivo feminista Pussy Riot subieron al altar mayor de la Catedral de Cristo Salvador en interpretaron unos segundos de su “Plegaria Punk por la libertad”, en la que piden a la Virgen María que se lleve a Putin (a los cielos, se entiende). Fueron detenidas inmediatamente y entonces comenzó lo que sólo puede definirse como un circo mediático en el cual fueron juzgadas y condenadas a prisión por alteración del orden público e incitación al odio religioso. Pero eso ya es historia, y seguramente algo habrás leído en las noticias, querido lector.
Hay quien todavía cree que la música debería ser un medio liberador y de transmisión de ideas y no uno de ganar dinero. Supongo que estos soñadores verían con una mezcla de estupor y alegría como unas jóvenes rusas surgían de la espesa bruma corrupta que cubre Rusia en su práctica totalidad para protestar por la unión entre la Iglesia Ortodoxa rusa y el presidente Putin. Esta Iglesia, que ha negado sistemáticamente la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y que ha hecho proselitismo contra la homosexualidad, pidió el voto para Putin en las elecciones de marzo de 2012. Considerando que un alto porcentaje de la población rusa es ortodoxa, la influencia que tuvo en los resultados de las elecciones está clara. Pussy Riot (y cualquiera con unas ideas mínimamente progresistas) considera esa unión perversa y de ahí nació su acto reivindicativo.
“Desorden público Una plegaria Punk por la libertad”, publicado por la Editorial Malpaso, funciona a modo de alegato a favor de Pussy Riot y en él se recogen testimonios, poemas o canciones de las propias participantes, extractos de las defensas de los abogados y cartas de artistas internacionales mostrando su apoyo a las integrantes y a la libertad de expresión. Gracias a él conocemos un poco más fondo las motivaciones de estas revolucionarias que, con unos pocos actos y sobre todo con el que nos ocupa en particular, puede que sean lo más punk que ha ocurrido nunca en la historia de la música popular.
Leyendo los testimonios de Mashda o Nadia (ambas integrantes del colectivo) quizás se pueda pensar que fueron algo ingenuas al pensar que con su performance no iban a ofender nadie, enarbolando la bandera de la libertad de expresión. Pensar que unas mentes cristianas, tan fundamentalistas (si no en la práctica, sí en la teoria) como Boko Haram no iban a indignarse ante tal agravio es como pensar que le vas a pisar la cola a un tigre y que no te vas a quedar sin pierna. “Con la Iglesia hemos topado”, que suele decirse.
Por desgracia, el mundo en el que vivimos es como es y está controlado por gente siniestra (y contra ellos va la “Plegaria Punk por la libertad”, no solo contra Putin) que considera que unas adolescentes vestidas de chillones colores son una grave amenaza y deben ser tratadas como unas terroristas.
Para mí, el mayor pecado que cometió Pussy Riot, y coincidiendo con una de las testigos, es que “iban con unos vestidos de colores muy vivos ¡y sin conjuntar nada!”. Sí sí, has leído bien, ¡sin conjuntar!
“Desorden público. Una plegaria Punk por la libertad” de Pussy Riot está editado por Malpaso.