La noche del pasado miércoles abría en Zaragoza el tramo español de su gira europea Bob Wayne. Coincidía en la ciudad con el virtuoso del banjo Morgan O’Kane, por lo que era lógico que bajo el nombre de “Rebel Country Festival” se sumaran ambas propuestas.
Ante todavía muy poco público, subía al escenario sobre las 21:25 Morgan O’Kane y los dos músicos que le acompañan en esta gira, uno encargado de las cucharas, otro tocando la corneta y ambos haciendo coros. O’Kane bromearía luego diciendo que esperaba que el concierto fuese como un baile de instituto, en el que todo el mundo se queda en los laterales y nadie se atreve a acercarse a la pista. Acomodado sobre una vieja maleta que utiliza como caja de resonancia para un pedal de bombo (sin duda un recuerdo de su época como músico callejero; con el otro pie haría sonar una pandereta) y a pesar de su aparente juventud, O’Kane es todo un maestro de su instrumento. Durante alrededor de una hora, los tres músicos ofrecieron una buena muestra de música tradicional norteamericana con los Apalaches como referente geográfico. Algo que para algunos paladares puede resultar indigesto -de hecho así lo manifestaron algunos-, pero que sumió en una especie de trance hipnótico al que esto suscribe.
Sin apenas descanso, pasadas las 22:30 llegaba el turno de Bob Wayne & The Outlaw Carnies, que en esta gira presenta una formación compuesta además del protagonista a la voz y guitarra acústica, a un contrabajista, un guitarrista eléctrico, batería y violinista. Wayne desde luego sabe cómo manejar a la audiencia, con constantes miradas inquisitoriales sobre el público de las primeras filas, gesticulando visiblemente y, sin un set list rígido que seguir, preguntando qué canción queríamos escuchar. Fue esto precisamente lo que más juego dio, ya que el concierto se tornó en un toma y daca entre el loco de Bob y una fan de la primera fila a la que estuvo tirando los trastos sin ningún rubor durante gran parte de la velada y a la que incluso invitó a subir a cantar al escenario primero y a bailar después ya debajo del escenario durante el último tema de la noche, “Spread My Ashes on the Highway”. El resto asistíamos divertidos al intercambio de golpes, como si de un partido de tenis se tratase, mientras la banda nos obsequiaba con otro de esos intensos conciertos que alcanzaría las dos horas de duración y del que creo que nadie pudo salir defraudado.