Mientras sigue el culebrón sobre el quincuagésimo aniversario de los Rolling Stones (lo último que sé es que es probable que la banda realice algún concierto especial este año, pero la gira en toda regla sería en 2013, aunque a estas alturas seguro que ya estaré desactualizado), Keith Richards ha hablado con Rolling Stone (en singular, me refiero a la revista) y entre otras cosas ha comentado que tiene un par de temas grabados con Jack White y que no le importaría verlos publicados. De momento la situación está oficialmente así: los Stones se reunirán el mes que viene no se sabe muy bien para qué (tal vez se echen realmente de menos simplemente, yo qué sé), pero por las redes sociales ya se ha hecho público un logo de la banda por sus 50 años; además portavoces de la banda han negado los rumores sobre encabezar el festival de Glastonbury el año que viene; y este mismo sábado Ron Wood participará en el Hammersmith Apollo de Londres junto a Bill Wyman y Mick Taylor en un concierto de homenaje a Chess Records.
Y es aquí donde quiero llegar a parar. Conocer con tanto detalle los supuestos planes de una banda como los Rolling Stones no deja de ser curioso. Personalmente empiezo a detestar esta nueva era de sobreinformación en la que nos ha tocado vivir (alguien muy acertadamente acuñó el término “infoxicación”, aunque es más extendido el concepto de “sobrecarga informativa”). A riesgo de parecer un abuelo cebolleta, todavía recuerdo cuando escaseaban las noticias sobre tus bandas favoritas, que eran “actualizadas” como mucho una vez al mes. Hemos ganado en rapidez, en trato “directo” con el artista, sí, pero hemos perdido en romanticismo. No vivo de espaldas a la tecnología como es obvio, pero a veces me pregunto por qué demonios tengo entre mis contactos de Facebook a Perry Farrell. No necesito saber que ama a su mujer profundamente, preferiría seguir pensando en él como ese extraño ser que conocí a principios de los 90. Y sin embargo ahí lo tienes, contando para que todos podamos leerlo cualquier cosa absurda el día de San Valentín, igual que otro millón de estúpidos frikis (odio este término, pero parece que la RAE ya lo acepta). Dejando a un lado las implicaciones morales y las dudas sobre la privacidad que el medio me provoca… ¿me aporta algo o me inspira de alguna manera la vida cotidiana de Perry Farrell, Keith Richards o cualquier otro fulano cuya música adoro? Tal vez el caso de Richards sea diferente, sí… ¿pero no es la sobreexposición también un peligro? ¿No acabaremos aborreciendo a aquellos a quienes tal vez idolatramos simplemente por conocerlos más de cerca?