Me mira en silencio con sus profundos ojos azules. Se trasiega, “de una” como los buenos bebedores, otro matarratas al que el dueño del saloon acostumbra a llamar, y sobre todo a cobrar como, wiskey. “Nadie logró dibujarme como él” me dice con una voz nostálgica que apenas deja traslucir los muchos vasos que lleva encima. “En fin, siempre se van los mejores”.
Jean Giraud 1938-2012, todo un clásico, dibujante de comics, mejor dicho: elevó los comics, ya de forma indiscutible a Arte con mayúscula. Comparable a genios como Hergé, Bilal… colaboró como ellos a mantener comic europeo a un altísimo nivel en una época difícil donde los estadounidenses arrasaban. Y lo hizo precisamente contándonos junto con Charlier de forma magistral las inagotables peripecias de un sureño metido a “blue-belly”.
“¡Deja ya de leer en ese cacharro!, no te dirá que cuando ví como me dibujaba creí oír la voz de Cochise diciéndome: Cuidado Tsi Nah Pah ese hombre te robará el alma”.
Luego, bajo el aclarador seudónimo de Moebius que a la vez esconde y revela sus intenciones se vuelve más oscuro en su simplicidad, como la cinta adquiere una aparente tercera dimensión en las dos del comic. Colabora con entre otros Jodorowsky en su imprescindible serie del Incal. Difool ha rehusado con malas palabras hacer declaraciones al respecto, creo que esconde su pena tras su ira e indiferencia.
Encontramos entonces a un filósofo que va a lo esencial describiendo mundos absurdos poblados por gente que siempre está yendo a ninguna parte y a quienes el trayecto les pasan cosas. El desierto como metáfora, la ausencia de guión, hay una anécdota, quizá leyenda urbana que en algunos momentos, agobiado por los plazos de entrega, dibujaba lo que se le ocurría y luego, ya vería cómo lo enlazaba, si es que lo hacía, en la “historia”.
Total que se quiere desintoxicar del teniente-Belmondo y nos cuenta un sueño que de puro onírico vuelve a la hoja al viento, al adaptarse a las circunstancias, al sobrevivir.
“Vale ya, tómate la espuela, por el francés” me traspasa con la mirada y yo, a pesar de todo, más que a Belmondo, no puedo dejar de ver a Humphrey.