Cuarenta mil kilos de C4 arrasan menos que el paso de la película “Batman: Dark Knight” por las taquillas. Tan sólo en el fin de semana del estreno, los directivos de la Warner han conseguido forrarse de oro hasta la altura de los ojos, más o menos, ya que era la única parte del cuerpo necesaria para ver cómo ingresaban en el libro Guinnes de los Récords al superar a la, hasta ahora, película más taquillera en el fin de semana de su estreno: “Spiderman”.
Veremos cuántos records más habrá arrasado cuando la retiren de los cines, y se pongan a venderla en DVD.
Lo realmente increíble del asunto es que la película es buena. Y la actuación de Ledger brillante, un Joker más que convincente (y con bastante más mala leche que el “Payasil” Jack Nicholson). Por desgracia, por mucha calidad que el director Christopher Nolan (“Memento”) haya inyectado al film, el motivo principal por el que la mayor parte de gente irá a verla es porque el Joker está muerto, y no serán capaces de apreciar las sutilezas de un Batman rescatado de las pesadillas más oscuras de Frank Miller y Allan Moore, en el que no se retrata una lucha entre el bien y el mal, sino un abanico de tonalidades grises entre los extremos, matiz al que los blockbusters sobre superhéroes no nos tienen acostumbrados.
La academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, por lo visto, tiene la intención de desempolvar el tablero Ouija y conceder a Ledger un Oscar póstumo por su interpretación del Villano. Se lo merece, por cierto, pero si estuviese vivo no se lo hubieran dado.
El cine, visto como un mundo de morbosidad y publicidad, tira más un cadáver que dos carretas.
O será que yo no he pillado la broma.
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